¿Qué hay que saber sobre los “efectos secundarios a largo plazo” de las vacunas COVID-19?

"No se conocen los efectos secundarios a largo plazo" suele ser otra de las frases más comunes cuando se trata de poner en duda la seguridad de las vacunas desarrolladas contra la COVID-19. Pero, ¿qué decir sobre esto a día de hoy?

¿Qué hay que saber sobre los "efectos secundarios a largo plazo" de las vacunas COVID-19?

Aunque las vacunas contra la COVID-19 eran relativamente nuevas, los procesos que desencadenan en nuestro cuerpo cuando son administradas no lo son. Y, después de algo más de dos años desde que fueron desarrolladas, ya no son tan nuevas…

Lo cierto es que, a día de hoy, “no conocemos los efectos secundarios a largo plazo” de las vacunas contra la COVID-19 es un reclamo que ya no tiene mucho sentido. ¿Por qué? Principalmente porque ya han pasado más de 2 años desde que algunas personas fueran vacunadas.

Hay que recordar, como vimos ayer, que en los ensayos clínicos de las principales vacunas COVID-19 participaron más voluntarios que nunca (más de 144.000). Pero la prueba de fuego la encontramos en algo más que evidente: a día 2 de noviembre de 2022, se han puesto en todo el mundo más de 12 mil millones de dosis, y casi 5 mil millones de personas han sido vacunadas completamente en todo el mundo.

Precisamente, es ese gran volumen de población vacunada lo que ha permitido encontrar efectos secundarios muy raros, incluso rápidamente. Pero, ¿qué ocurre en nuestro cuerpo cuando nos vacunamos?

Después de 15 minutos

Una pequeña fracción de personas puede tener una reacción alérgica a los ingredientes de la vacuna. Esto ocurre dentro de los 15 minutos posteriores a su administración. En casos raros puede ocurrir dentro de las 4 horas siguientes.

Después de algunas horas

La fase en la que nuestro cuerpo reacciona a la vacuna empieza casi de inmediato. El cuerpo reconoce a un invasor extraño y lo ataca con células inmunitarias. Cualquier reacción asociada con esta fase ocurrirá en cuestión de horas o días.

Incluyendo los efectos secundarios más comunes, similares a los de la gripe: dolor en el brazo, algo de fiebre, cansancio y malestar general. La miocarditis (o inflamación del corazón), un efecto secundario mucho más raro asociado a las vacunas de ARNm, ocurre durante esta fase.

¿Qué sabemos sobre estas miocarditis? Que, por lo general, las inducidas por vacunas suelen ser leves y mejoran por sí solas o con tratamientos básicos. Algo que no suele ocurrir con las miocarditis virales (el SARS-CoV-2 también las puede causar).

Después de 10 días

Nos encontramos ahora ante la fase en la que nuestro cuerpo empieza a producir células especialmente diseñadas para combatir el virus (en este caso el SARS-CoV-2). Suele ser una fase que se desencadena después de unos 10 días.

Nos encontramos ahora ante la fase en la que nuestro cuerpo empieza a producir células especialmente diseñadas para combatir el virus (en este caso el SARS-CoV-2). Suele ser una fase que se desencadena después de unos 10 días.

Un efecto secundario muy raro, pero grave, relacionado con la vacuna AstraZeneca (un tipo específico de coágulo de sangre), ocurre durante esta fase y está especialmente relacionado con los anticuerpos producidos por nuestro sistema inmunitario en respuesta a la vacuna.

No en vano, esta es la principal razón por la que la mayoría de estos coágulos -raros- se han observado dentro de las 4 semanas posteriores a la vacunación…

Después de 28 días

Después de aproximadamente un mes, quedan células de memoria que nos protegen durante meses o años después de la exposición inicial. Pero no surgen reacciones nuevas.

Esto significa que, si no se ha tenido una reacción luego de los dos primeros meses, es poco probable que algo que ocurra después sea causado por la vacuna.

Esto significa que, si no se ha tenido una reacción luego de los dos primeros meses, es poco probable que algo que ocurra después sea causado por la vacuna.

El 95% de los EA ocurren entre los 30 a 45 días después de su administración.

De ahí que no se apruebe de emergencia ninguna vacuna cuyos efectos no han sido estudiados menos de 60 días después de la segunda dosis en el 50% de los pacientes. Es más, respecto a las vacunas ARNm, el cuerpo la descompone -y su portador lipídico- en cuestión de horas, lo que reduce las preocupaciones sobre los riesgos a largo plazo.

Volviendo al principio… ¿Qué puede enseñarnos la historia de las vacunas en este sentido? Que la mayoría de los efectos secundarios ocurren a las pocas horas de recibir la vacuna. Y los pocos efectos secundarios ocurren en días o semanas, no más allá de las 4-6 semanas.

Incluso los efectos secundarios más perjudiciales han tenido lugar dentro del período de 6 semanas. En 1955, tras la introducción de la vacuna antipoliomielítica inicial de Salk, algunas de las primeras remesas contenían accidentalmente el virus de la polio vivos. En semanas este error provocó infecciones y, en algunos casos, la muerte.

En 1976 aparecieron casos raros del síndrome de Guillain-Barré, de 2 a 3 semanas después de que las personas empezaran a recibir una vacuna antigripal de virus inactivo basada en huevos contra una cepa peligrosa de la gripe porcina H1N1. Determinaron que el efecto ocurría en 1-2 personas por cada millón de vacunas.

Curiosamente, esta misma afección se vinculó a la vacuna Janssen con 100 informes preliminares tras 12,5 millones de dosis administradas. El síndrome surgió unas dos semanas después de la vacunación, principalmente en hombres de más de 50 años.

En 2008, de siete a diez días después de recibir la vacuna triple vírica, algunos bebés sufrieron convulsiones febriles. Ocurrió en 1 niño por cada 2.300 dosis de la vacuna. Semanas después de recibir la vacuna contra la fiebre amarilla, una pequeña cantidad de personas desarrollan encefalitis, meningitis, síndrome de Guillain-Barré o una disfunción sistémica multiorgánica llamada enfermedad viscerotrópica.

¿Qué ocurrió con la vacuna Pandemrix desarrollada contra la gripe A(H1N1)? La narcolepsia fue un efecto secundario muy raro que solo se notó hasta mucho después de su administración. ¿Por qué? Porque, inicialmente, relativamente pocas personas fueron vacunadas. Así, este efecto secundario en concreto no se atribuyó a la vacuna hasta meses después, luego de que muchas personas hubieran sido finalmente vacunadas…

Mencionar que la EMA publicó en 2018 una interesante nota en respuesta a un artículo escrito por Peter Doshi (conocido por publicar desinformaciones relacionadas con las vacunas COVID-19) y publicada en BMJ en el que sacaba conclusiones engañosas. Sobre Peter Doshi recomiendo leer este artículo de David Gorski, y este otro.

¿Conclusión? Ninguna vacuna ha causado afecciones crónicas que surjan años o décadas después. Y muchos estudios han intentado buscar esto mismo en todo tipo de vacunas, descubriendo que no ocurre.

¿Un ejemplo? Un metaanálisis de 2016 examinó 23 estudios en busca de pruebas de que las vacunas infantiles como la triple vírica o la Hib pudieran causar diabetes infantil. No descubrieron ningún vínculo.

También se hizo lo propio para poner a prueba la preocupación de que las vacunas podrían causar enfermedades autoinmunes. Para ello, una revisión de 2017 evaluó nueve vacunas comunes (tétano, gripe estacional o papilomavirus humano). Se descubrió que los casos de esclerosis múltiple no se producían como resultado del uso generalizado de vacunas.

Llegados a este punto, podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Es posible que los efectos secundarios que ya han ocurrido pasen desapercibidos y aparezcan en los próximos años? Hay que recordar que los países de todo el mundo cuentan con sistemas para controlar los efectos secundarios que surgen. Y compartir rápidamente esta información entre sí. Y funcionan bastante bien.

De hecho, estos sistemas han tenido éxito en la detección de miocarditis y coágulos sanguíneos que ya he mencionado, aunque son extremadamente raros (al ocurrir en un puñado de casos por millón de dosis). Dicho de otra forma: si bien es cierto que los síntomas más leves no se notifiquen en gran medida, los efectos secundarios más graves sí se registran de forma cuidadosa (a diferencia de lo que algunos pretenden hacer creer).

Entonces, ¿de dónde viene la creencia o el temor a que una vacuna pueda generar efectos secundarios a largo plazo? La “culpa” la tiene J.B. Classen, quien escribió este artículo en el año 1999. Según escribió, “el público debe saber que las vacunas pueden tener efectos adversos a largo plazo”, sugiriendo que, si una persona se inmunizaba contra la Haemophilus influenzae tipo b, a partir de los dos meses aumentaba el riesgo de diabetes.

Pero no era cierto. De hecho, numerosos autores desmintieron esa conclusión, que tergiversaba los datos de esta amplia investigación realizada en Finlandia. Es más, este estudio concluía lo contrario. Ya que concluyó que “no” se había encontrado “diferencias estadísticamente significativas” entre niños no vacunados y vacunados. Y la edad tampoco influía. Respecto a los autores que lo desmintieron, podemos ver un ejemplo aquí, aquí o aquí.

En conclusión:

✅ No existe ningún indicio de que las vacunas contra la COVID-19 tengan efectos a largo plazo.

✅ La mayor parte de los efectos secundarios después de la administración de cualquier vacuna, por lo general ocurren dentro de las seis semanas posteriores.

Por todo ello, la FDA requirió que cada una de las vacunas autorizadas contra la COVID-19 se estudiaran durante al menos dos meses (ocho semanas) después de la dosis final.

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