Aunque con las vacunas contra la COVID-19 no se ha repetido tanto, relacionar cualquier vacuna con el autismo continúa siendo un reclamo recurrente en los grupos de antivacunas, principalmente en Estados Unidos. ¿Qué debemos saber realmente sobre esto?
AFIRMACIÓN
Desde hace décadas distintos artículos relacionan la vacunación infantil con la aparición del autismo en los niños.
NUESTRO VEREDICTO
Innumerables estudios, análisis y revisiones no han encontrado ninguna relación entre la vacunación infantil y el autismo.
Falso
Los trastornos del espectro autista (TEA) son discapacidades del desarrollo que pueden causar importantes desafíos sociales, de comunicación y de comportamiento. En Estados Unidos, la red de monitoreo encontraron que alrededor de 1 de cada 44 niños han sido identificados con TEA. Después de la desinformación por parte de ciertos grupos, a algunas personas les preocupa que el TEA pueda estar relacionado con las vacunas que reciben los niños. Pero, ¿qué hay de cierto? Los estudios han demostrado que no existe ningún vínculo.
Un estudio de los CDC publicado en 2013 se sumó a la investigación que muestra que las vacunas no causan autismo. Este estudio se centró en la cantidad de antígenos administrados durante los dos primeros años de vida (los antígenos son sustancias presentes en las vacunas que hacen que el sistema inmunitario del cuerpo produzca anticuerpos que combaten enfermedades). Los resultados mostraron que la cantidad total de antígeno de las vacunas recibidas fue la misma entre los niños con TEA y los que no tenían TEA.
¿Qué ocurre con el timerosal?
Es un conservante a base de mercurio que se utiliza para evitar que los gérmenes contaminen los frascos de dosis múltiples de las vacunas. Las investigaciones muestran que el timerosal no causa TEA.
Por ejemplo, una revisión de 2004 concluyó que «la evidencia favorece el rechazo de una relación causal entre las vacunas que contienen timerosal y el autismo». Un año antes, en 2003, un estudio publicado en JAMA concluyó que los resultados no respaldaban una «relación causal entre la vacunación infantil con vacunas que contienen timerosal y el desarrollo de trastornos del espectro autista».
Desde 2003, se han realizado nueve estudios financiados o realizados por los CDC. No encontraron ningún vínculo entre las vacunas que contienen timerosal y los TEA. Además, tampoco encontraron ningún vínculo entre la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubéola (MMR) y el TEA en los niños.
No solo eso: el timerosal fue eliminado o se redujo a trazas en todas las vacunas infantiles entre 1999 y 2001. En la actualidad, el único tipo de vacuna que contiene timerosal son las vacunas contra la gripe envasadas en viales multidosis.
Un estudio poblacional sobre la vacunación contra el sarampión, paperas y rubéola y el autismo publicado en 2002 proporcionó una fuerte evidencia «en contra de la hipótesis de que la vacuna MMR causa autismo». Un metanálisis de 2014 basado en la evidencia de estudios de casos y controles y de cohortes concluyó que las vacunas no están asociadas con el autismo.
Un estudio del danés Statens Serum Institut publicado en 2019 se realizó con una premisa inicial clara: siempre que las vacunas provoquen autismo, la prevalencia de estos trastornos sería estadísticamente mayor en los niños vacunados en comparación con los no vacunados. Sin embargo, los investigadores no encontraron ninguna indicación de tal diferencia, lo que una vez más confirmó que las vacunas no tienen nada que ver con el autismo.
Recordar que, ya en 2002, este mismo instituto y la Universidad de Aarhus llevaron a cabo un gran estudio de 537.303 niños. Nuevamente, sus autores no encontraron asociación entre la vacuna MMR y el autismo.
¿De quién es realmente la culpa de la asociación entre vacunas y autismo en niños?
Efectivamente, Andrew Wakefield, un gastroenterólogo británico que en 1998 publicó un artículo fraudulento —posteriormente retractado—. Recordar que, en ese artículo, concluyó que la vacunación contra el sarampión, las paperas y la rubéola estaba relacionada con el autismo. Pero, después de que no se pudieran replicar los resultados y encontraron que Wakefield estaba involucrado en conductas poco éticas The Lancet se retractó de ese artículo y el Consejo Médico General de Reino Unido despojó a Wakefield de su capacidad para practicar la medicina. ¿Por qué? Por su «deshonestidad» e «irresponsabilidad» en el artículo.
De hecho, se descubrió que unos meses antes del estudio, Andrew Wakefield había registrado su propia vacuna contra la misma enfermedad a la que culpaba de la afección. Así, se demostró que la publicación de su investigación fue «deshonrosa e irresponsable».
A Wakefield se le considera hoy en día el principal “experto en mentiras” que aún obtiene ganancias de la publicidad y de las apariciones públicas que no tienen nada que ver con la medicina y la ciencia. Pero hizo mucho daño con la publicación de su falso estudio.
Hasta el punto que, como vemos en la publicación original a la que respondo en este hilo, todavía hoy se sigue relacionando la vacunación con el autismo, cuando no hay ninguna prueba real de esa relación.
Llegados a este punto, es cierto que el movimiento antivacunas es muy numeroso en Estados Unidos, donde -de hecho- suele provenir la mayor parte de los bulos que relacionan las vacunas con el autismo.
¿Qué debemos saber sobre el autismo en Estados Unidos?
Los investigadores del CDC (que forman parte de la Red de Monitoreo de Autismo y Discapacidades del Desarrollo) recopilan datos en los registros de salud y escolares de niños de 8 años que viven en una serie de áreas geográficas previamente seleccionadas del país. Cada dos años, aproximadamente, llevan a cabo un nuevo muestreo para revisar dicha cifra. ¿Nos encontramos, entonces, ante un dato fiable? No es un dato real, se trata de una estimación estadística.
¿Por qué no es un dato fiable? Porque no está basado en procesos diagnósticos, sino en evaluaciones escolares y clínicas interpretadas posteriormente. Sí podría ser fiable, por ejemplo, a la hora de reflejar niños con dificultades de aprendizaje o problemas educativos.
Pero también existen otros factores. Por ejemplo, la prevalencia de discapacidad intelectual ha disminuido de manera proporcional, a la vez que aumentaba la prevalencia del autismo. ¿Qué significa esto? Que posiblemente el autismo está «absorbiendo» otros desórdenes del neurodesarrollo. De ahí que, en realidad, sería un dato poco fiable en cuanto a la prevalencia de autismo.
Pero nos encontramos ahora con otro elemento importante en la ecuación: los aspectos legales y la atención a la salud en EEUU, que han acabado generando un fuerte impacto en la prevalencia del autismo en dicho país (aunque los datos no sean reales).
¿Qué podría significar esto? Que algunos factores, principalmente económicos y legales, hacen aumentar la prevalencia del autismo, por lo que esta cifra no es cierta, es solo forzada y acorde a la realidad específica del país. Por este motivo es el único país del mundo con estas cifras tan elevadas.
Podemos compararlo, por ejemplo, con otros países como Dinamarca, que tiene uno de los mejores sistemas de control epidemiológico del mundo. ¿Qué ocurre en este país? Que los datos sobre prevalencia del autismo son idénticos a la media mundial.
Pero sigamos con Estados Unidos. La legislación del país hace que, si un niño presenta problemas de neurodesarrollo, lo ideal es que sea diagnosticado con autismo aunque, original y realmente, tendrá otra cosa. ¿Por qué? Porque, así, puede tener acceso a servicios públicos (porque las compañías de seguros son reacias a prestar dicha atención). Hay que recordar que la atención al autismo en EEUU se encuentra regulada por la Autism Care Act de 2014, y por la conocida como Obamacare (Affordable Care Act).
¿Y en qué se traduce esto? Que muchos profesionales acaban diagnosticando a un niño de autismo a sabiendas de que su realidad es otra. Pero es por una buena “causa”: se aseguran de que el niño reciba atención médica y terapia pública.
¿Qué ocurre entonces con la prevalencia del autismo? Que no está creciendo técnicamente. Al contrario, se estabilizó en 2015 en un promedio de 1 caso por cada 160 personas. Por tanto, es bastante sensacionalista el dato de que 1 de cada 68 niños en Estados Unidos tenga autismo. A pesar de la evidencia científica existente hasta el momento, ya sabemos que no acabará con el movimiento contra la vacunación.
¿Por qué? Porque sus defensores buscarán instantáneamente otra falsedad, distorsionarán los hechos y crearán un nuevo engaño, que continuará confundiendo a los padres, atrayendo la atención de los medios y generando ganancias.
En conclusión:
✅ La vacunación es segura, salva vidas y protege a tus hijos frente a enfermedades ya erradicadas. Y no, no provoca autismo.
Por último, ¿qué sabemos sobre cómo la COVID-19 ha afectado a las personas con autismo?
Un informe publicado en marzo 2021 encontró que las personas con discapacidades del desarrollo, como el autismo, tenían 3 veces más probabilidades de morir tras diagnóstico de COVID-19.
Este estudio en concreto examinó casi 65 millones de registros de pacientes de Estados Unidos en 2020. Además, encontraron que las personas con discapacidad intelectual tenían 2,75 veces más probabilidades de morir que las personas sin discapacidad intelectual.
Es más, de acuerdo a los CDC, alrededor de un tercio de las personas con TEA también tienen una discapacidad intelectual.
Pero, ¿por qué las personas con autismo pueden tener un mayos riesgo de COVID-19? Los investigadores encontraron que no se debería a las discapacidades intelectuales o del desarrollo en sí mismas, sino a que es más probable que vivan en un entorno grupal, no puedan comunicar sus síntomas, o tengan problemas para comprender o seguir las medidas de seguridad.
También se sabe que las personas con discapacidad intelectual tienen más probabilidades de tener otros problemas de salud al mismo tiempo que los convierte en grupos de riesgo, como diabetes, obesidad o enfermedades cardíacas.
¿Existe un vínculo entre las vacunas contra la COVID-19 y el autismo?
Rotundamente no. Pero sí se sabe que una infección de cualquier tipo en la mamá durante el embarazo incrementa el riesgo de TEA en los niños (por lo que se trata de otro incentivo para vacunarse). Por ejemplo, un estudio publicado en octubre de 2019 encontró que una infección materna que cursara con fiebre en el segundo trimestre del embarazo se asoció con el doble de riesgo de TEA en los niños.
Otro estudio publicado ese mismo año encontró que la exposición fetal a la infección materna también estaba relacionada con un riesgo mayor de diagnóstico de autismo en los niños. De ahí que los expertos continúen recomendando la vacunación contra la COVID-19 también en el embarazo, ya que distintos estudios han demostrado que la vacunación es segura para la mamá y su bebé.